Hace ya bastantes años que Mr. Harris y compañía anunciaron que la
actividad de la banda se vería reducida notablemente dejando a un lado las
maratonianos giras para concentrarse en descargar en grandes recintos y Festivales.
Así que cuando un servidor se enteró de que la mítica Doncella volvería a la Ciudad
Condal, menos de un año después de su última visita, para actuar en el recinto
del Palau Sant Jordi, no puedo negar que se me escapó una sonrisa de satisfacción al saber que tendría
la oportunidad de disfrutar de la descarga del sexteto británico dentro de la
confortabilidad de un recinto cubierto. Por supuesto que a todos nos gusta ver a nuestros héroes
tocando en esos faraónicos escenarios frente a multitudinarias audiencias, pero personalmente
soy de los que opina que bajo esas premisas se acaba perdiendo parte de la
magia y el encanto.
Al igual que sucediera
en su anterior visita a Barcelona, el planteamiento de este nuevo periplo
europeo, que arrancaba esta noche en la capital catalana, venía a ser
prácticamente el mismo, volver a recrear lo más fidedignamente posible la
ambientación y la escenografía de aquel mítico "Seventh Tour Of A Seventh
Tour" de 1988, que quedó inmortalizado para la posteridad en el video "Maiden
England". Aunque teniendo en cuenta
la entidad y la profesionalidad de los protagonistas, resultaba obvio que la
legendaria formación inglesa nos tendría
preparadas algunas sorpresas que convertirían esta nueva visita en una ocasión
especial.
Por si la sola presencia de la Doncella no fuera reclamo suficiente para movilizar
a la familia metálica catalana, los británicos se presentaban escoltados por uno
de los pesos pesados de la escena americana, uno de los miembros del “Big Four” del thrash, los neoyorquinos Anthrax,
quienes también les acompañaron en su
anterior visita como parte de la caravana itinerante del Sonisphere. Ya desde
primeras horas de la tarde la concentración de aficionados en los alrededores
del recinto hacía presagiar una noche realmente memorable, respirándose, una vez más, el ambiente de las
grandes ocasiones, con saludos y abrazos entre viejos conocidos que, como si de
una tradición se tratará, aprovechaban la cita para el reencuentro.
Con un pabellón todavía a medio
gas y con la gente aún accediendo al recinto, cuando pasaban escasos minutos de
las siete de la tarde aparecían en escena Anthrax. Liderados por el
incombustible guitarrista Scott Ian, los thrashers americanos asaltaban el
escenario del Palau Sant Jordi dispuestos a ofrecernos una buena ración
de su thrash metal “old school”. En esta ocasión, la banda contaba con la
novedad del polifacético Jon Dette, quien está cubriendo la vacante del
carismático Charlie Benante, y en honor a la verdad hay que decir que el
batería cumplió con creces su cometido, imprimiendo fuerza y garra a las
composiciones del quinteto.
Precedidos por la introducción
que abre su último trabajo “Worship”, Anthrax salieron a escena con muchas
ganas, derrochando actitud y dejando
bien claro, desde los primeros compases de su actuación, su firme propósito
de agradar a esa legión de
incondicionales que les ha venido apoyando fielmente a lo largo de los años. El primer
impacto en la línea de flotación de una audiencia cada vez más numerosa fue “Caught
In A Mosh”, un vendaval thrashero que nos transportaba directamente a mediados de la década de los ochenta. Y es
que, pese al paso de los años, la banda sigue conservando esa fuerza y esa personalidad
que siempre les ha caracterizado.
Aunque estuvo menos activo y
saltarín que en anteriores ocasiones, Scott Ian volvió a demostrar que es un
auténtico maestro a la hora de sacar de su guitarra esos riffs crudos y
devastadores que nos conducirían sobre temas
como “Efilnikufesin (N.F.L.)”, con la gente apoyando al máximo mientras Joey
Belladona se aproximaba al filo del escenario para provocar al respetable. Con
semejante arranque estaba claro que los neoyorquinos venían dispuestos a
dejarse la piel sobre la tablas, de modo que sin darnos un segundo de tregua
fue el hiperactivo Frank Bello el encargado de introducirnos en su
desternillante versión del clásico de Joe Jackson “Got The Time”, con el que
conseguían mantener el nivel de intensidad en la pista mientras Joey Belladona
se paseaba, cámara en mano, inmortalizando el momento.
Pese a que en esta ocasión Belladona no sacó a pasear su clásico
penacho de plumas, no podía faltar en su repertorio el hímnico “Indians”, que convirtió el recinto en
un mar de puños alzados al aire mientras coreábamos incansablemente su pegadizo
estribillo. Aunque el quinteto no gozo de un buen sonido, lo cierto es que la
banda no se dejó amilanar y funcionó, en
todo momento, como una autentica apisonadora. Muy notable me pareció la actuación de su guitarrista Jonathan
Donais, al que vi mucho más suelto y participativo que en su anterior
visita. Sin entretenerse excesivamente
en las presentaciones, la banda se abalanzó sobre uno de los temas incluidos en
su Ep versiones “Anthems”, concretamente sobre el clásico de los hermanos Young
“T.N.T.”, que Joey dedicó al convaleciente Malcom Young y que hizo rugir con fuerza al público, convirtiendo la pista del Sant Jordi en una
autentica olla a presión.
Aunque como era previsible el
grueso del repertorio de Anthrax estuvo basado en su material más clásico, no
faltó algún pequeño guiño a su última
etapa de manos de un crujiente “Fight
´Em ´Till You Can´t”, que pese a sonar
muy compacto y cañero no consiguió despertar el mismo entusiasmo entre la
audiencia. Para encarar la recta final de su actuación los neoyorquinos optaron
por la dupla compuesta por “I Am The Law”, que sirvió para recordarnos que los
americanos son unos auténticos maniacos a la hora de encarar esos riffs
machacones y afilados, y su aplastante versión del clásico de los franceses
Trust “Antisocial”, que volvía a poner a todo el recinto patas arriba.
En resumen, actuación correcta de
Anthrax que demostraron que siguen siendo una gran banda de directo, pero a los
que se vio excesivamente acomodados en
un repertorio que está pidiendo a gritos una buena renovación.
Tras la descarga de Anthrax, la Capital Catalana se preparaba para acoger,
una vez más, la descarga de la mítica Doncella de Hiero. A priori, pocas
novedades podían esperarse con respecto al espectáculo que nos ofrecieron en sus actuaciones del
pasado verano, ya que la formación volvía a repetir con el mismo montaje
escénico, la misma disposición luminotécnica y la
mayoría de los trucos y efectos que nos presentaron en su anterior visita.
Hablando de los miembros de la banda, todos rayaron a un buen nivel, y más si tenemos en cuenta que no estamos hablando de
unos jovenzuelos, sino de unos señores que hace años que alcanzaron su plena
madurez, aunque siguen conservando ese espíritu y esa vitalidad que les
convierte en unos músicos singulares. Quizás fue Bruce Dickinson el que parecía más cansado y fuera de forma, tal vez fuera porque estamos
en el inicio de la gira, pero lo cierto
es que note al vocalista menos ágil y dinámico que en anteriores ocasiones, además de que necesitó
de tres o cuatro temas para calentar la voz. En cuanto a Steve Harris, sigue
siendo un torbellino en escena, recorriendo el escenario de punta a punta sin
parar de ametrallarnos con su bajo mientras canta cada uno de los temas. De la
tripleta de guitarristas, Dave Murray y Adrian Smith continúan fieles a su
estilo sobrio y elegante, sin grandes alardes escénicos, pero clavando de forma
precisa cada uno de sus solos. En cambio Janick Gers, mas liberado de sus
labores como solista, es el encargado de aportar la chispa y la vitalidad. Mucho
más discreto se mostró Nicko McBrain, que permaneció casi siempre en un
discreto segundo plano, sepultado tras su enorme y majestuoso kit.
Como viene siendo habitual en todos los conciertos de la Doncella fue el
mítico “Doctor Doctor”, el encargado de ponernos en sobre aviso del inminente
arranque del show. Con las luces apagadas y con las pantallas laterales
ofreciéndonos imágenes del deshielo polar junto a una apocalíptica introducción
arrancaba la descarga de los ingleses. Tras los familiares acordes que servirían
como preámbulo para “Moonchild”, llegaría la primera explosión de la noche, y
tras ella el desembarco del sexteto frente a un Sant Jordi que se venía literalmente abajo.
Con un sonido todavía poco matizado y algo embarullado, la formación se
presentaba en el nivel inferior del escenario, mientras Dickinson se afianzaba
en la parte superior, saludando a sus incondicionales a la vez que capitaneaba con
decisión la primera embestida de la
banda. Sin mediar presentación alguna y fundiéndose con el tema de apertura
llegaba el momento de la segunda pieza de la noche, un coreadísimo “Can I Play
With Madness”, con el que el carismático vocalista descendía al nivel inferior
para posicionarse junto al resto de sus
compañeros, a la vez que asumía su papel como frontman para liderar a la
audiencia a la hora de entonar los estribillos.
Tributada la primera ovación de la noche, era el tuno para una de las gemas
rescatadas para este “Maiden England Tour”, el hímnico “The Prisioner”, que fue
la escogida por Dickinson para ofrecernos esos característicos “Screaming For
Me Barcelona”, que hicieron que el público enloqueciera, rugiendo con fuerza
para satisfacer las demandas del vocalista. Sin concedernos ni un segundo de
tregua, la siguiente en hacer acto de presencia fue la mítica “Two Minutes To
Midnight”, con el sonido mejorando sensiblemente, y con la dupla Murray/Smith batiéndose
en un trepidante e intenso duelo guitarrístico.
Tras un arranque prácticamente calcado al de su anterior visita, con el
primer “speech” de la noche llegaba también la primera sorpresa. Tras
recordarnos Dickinson que la banda había estado descargando por estos lares
hace menos de un año, fue el propio vocalista el encargado de anunciarnos que
el siguiente corte seria “Revelations”, una pieza que la banda no tocaba desde la
gira “Somewhere Back In Time” de 2008 y que fue
recibida con verdadero entusiasmo por parte de la audiencia. Un nuevo cambio en
los telones traseros del escenario servía para anunciarnos uno de los temas más queridos y apreciados
por todos los seguidores de la banda, “The Trooper”, para el que Bruce volvió a enfundarse en su casaca roja y
a hondear la Unión Jack, alentando a todos los presentes a cantar con él.
Con la euforia desatada y con el escenario completamente a oscuras arrancaba
la introducción de “The Number Of The Beast”, que se acabaría convirtiendo en
uno de los puntos culminantes de la noche, creándose un clima de comunión total
entre banda y público, una atmosfera infernal que se vería culminada con la aparición de una estatua de Belcebú y por las intensas llamaradas que
se avivaban cada vez que el público
evocaba el número de la bestia. Pero sin
duda si hubo un momento verdaderamente épico para los fans más veteranos de la banda, este
llegó con la clásica cabalgada contenida en el primerizo “The Phantom Of The Opera”, que puso
a todo el pabellón a botar ante la cara de satisfacción de los músicos.
A estas alturas del show, con el ambiente ya muy caldeado y con la gente
completamente entregada, era el momento idóneo para que el séptimo miembro de
la banda hiciera acto de presencia. Así que un enorme Eddie, vestido de soldado y empuñando un sable, irrumpió en el escenario durante la interpretación de
“Run To The Hills”, para enfrascarse en un encarnizado combate con Janick Gers.
Otro de los momentos estelares de la
noche llegaría con la clásica composición de Adrian Smith “Wasted Years”, que
lamentablemente quedó un tanto deslucida a causa de los problemas técnicos que impidieron al
guitarrista hacerse cargo de los coros.
Encarando ya la recta final del show nos enfrentábamos a la faraónica
composición que prestaba su nombre al séptimo álbum de la banda “Seventh Son Of
A Seventh Son” que, al igual que sucediera en su anterior visita, acabó
convirtiéndose en el momento más memorable y apoteósico de la noche, con un
Bruce francamente brillante bordando una excelente interpretación. La segunda
sorpresa de la noche estaría marcada por la inclusión en el repertorio de un
coreadísimo “Wrathchild”, que volvió a hacer crecer la expectación entre todos
los presentes, convirtiéndose en la antesala perfecta para otra de las piezas que se ha convertido en un
himno dentro del extenso catálogo de la
formación británica, “Fear Of The Dark” que una vez más volvió a sonar intenso y
majestuoso, haciendo cantar a todo el público al unísono con esa pasión y esa entrega que solo provocan los
temas verdaderamente clásicos. Como no podía ser de otra forma, la encargada de
poner el punto y final a este primer tramo del show fue “Iron Maiden”,
acompañada de unas impresionantes
columnas de fuego y por un gigantesco Eddie representando la portada del “Seven
Son Of a Seven Son”.
Tras completarse la primera parte del show, el retorno sobre las tablas
estuvo marcado por “Acces High”, introducido por el histórico discurso de
Wiston Churchill y acompañado por las imágenes bélicas de la segunda guerra
mundial, con la audiencia apoyando a tope mientras Dickinson se esforzaba al
máximo para llegar a alcanzar las tonalidades más altas. Un rotundo y
coreadísimo “The Evil That Men Do”, sería el encargado de mantener el trepidante
clímax que nos conduciría sobre el
sorpresivo final que nos proponían con “Sanctuary”, que tras varios años fuera del
repertorio servía para certificar un nuevo triunfo de la formación británica en
tierras catalanas.
Una vez más Iron Maiden volvieron a firmar una gran noche de heavy metal en la
Ciudad Condal. Como siempre habrá opiniones para todos los gustos, y escuchando comentarios a la salida del
concierto eran muchos los que afirmaban que la banda había estado un escalón
por debajo con respecto a su actuación del pasado verano, pero personalmente no creo que esto fuera por el
nivel que exhibió la banda, sino más bien por la pérdida del elemento sorpresa.
TEXTO:ALFONSO DIAZ
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