Para siempre nos quedaran sus discos en directo, o
cualquiera de sus múltiples DVD´s, pero en el currículum de cualquier roquero
que se precie no puede faltar el haber asistido, al menos, a un concierto de AC
DC. Aunque a priori puede parecer una tarea sencilla, debido al gran aforo de
sus presentaciones y a la longeva trayectoria de la mítica formación
australiana, lo cierto es que Angus y sus muchachos llevan ya muchos años
dosificando sus trabajos de estudio y sus multitudinarias giras mundiales, con
lo que con suerte podemos ser testigos de sus directos un par de veces por
década.
Pese a que hay factores que se mantienen inalterables
en sus espectáculos: su faraónico montaje, la estampa de Brian Johnson con la
gorra calada hasta las cejas, el uniforme de colegial de Angus, la campana
presidiendo el escenario durante el inicio de “Hells Bells”, o la salva de
cañonazos finales en “For Those About To Rock (We Salute You)”, en esta
ocasión, la legendaria formación presentaba dos importantes novedades en su
seno. Por un lado, la presente gira representaba el retorno tras los timbales
del batería Chris Slade, que se ha hecho con el puesto tras los múltiples
problemas con la justicia de Phil Rudd,
y , como no, la consabida baja a causa de su delicado estado de salud del
“alma-mater” del quinteto, Malcolm Young, quien ha sido reemplazado por su
sobrino Stevie. Y aunque, evidentemente, se le echó en falta, -agitándose junto
a su guitarra en una imagen que se ha convertido en icónica para cualquier
seguidor de la banda-, hay que remarcar que el nuevo fichaje cubrió con creces
su cometido, algo que no debe extrañar si tenemos en cuenta que el bueno de
Stevie ocupó esa misma posición a finales de la década de los ochenta.
Pocos acontecimientos hay dentro del mundo del rock
que puedan suscitar la misma expectación que un concierto de Ac Dc. Y es que
cuando nos referimos a ellos no estamos hablando únicamente de una de las bandas
más longevas, importantes y exitosas de toda la historia del rock, sino de un
auténtico fenómeno de masas, capaz de movilizar a la misma cantidad de público
que los grandes acontecimientos deportivos. Para comprobarlo simplemente hay
que recordar la histeria y la euforia que se desencadenó con la salida a la
venta de las entradas para sus shows en nuestro país, con largas colas en los
puntos de venta habituales y el colapso durante varias horas del servicio de
venta telefónico.
Como suele suceder siempre que los australianos sacan
un nuevo redondo, las opiniones sobre “Rock Or Bust” eran dispares y
contrapuestas, pero en lo que sí estábamos todos de acuerdo era en que con la
excusa de la presentación de su decimosexta obra de estudio tendríamos la posibilidad
de volver a disfrutar de algunos de los himnos que han quedado marcados a
fuego en el corazón y el alma de
diferentes generaciones de roqueros. Y es que entre el publico que abarrotó
hasta la bandera el Estadi Olimpic Lluis Companys había, además de la parroquia
habitual de los conciertos, mucha gente venida de diferentes puntos de la
geografía nacional, veteranos seguidores, -de esos que sólo “fichan” en
ocasiones especiales, pero de los que se siempre se agradece su fidelidad -,
mucha gente joven e incluso algunas familias enteras compartiendo la
experiencia del rock en vivo.
Con el sol anunciando su ocaso y con la gente
accediendo al recinto para ocupar sus lugares saltaban a escena los encargados
de caldear el ambiente para los anfitriones de la noche, Vintage Trouble.
Recibidos cálidamente por las primeras filas, la actuación de la formación
americana fue algo así como tomar una maquina del tiempo y trasladarse a la
década de los 60, ya que su descarga, -con un sonido muy influenciado por el
blues, el rock y el soul -, consistió en una colección de temas marchosos y
cargados de reminiscencias clásicas, en los que destacarían la elegancia de las
guitarras, el “swing” de su base rítmica y, ante todo, el carisma que desplegó
en escena su vocalista Ty Taylor, todo un “showman” que no paró de correr,
bailar y animar al personal.
Temas como la inicial “Hard Times” o “Blues Hand Me
Down”, durante la que Taylor nos sorprendió con unos vistosos pasos de baile,
fueron la excusa perfecta para que los californianos nos presentaran una buena
muestra del material contenido en su debut “The Bomb Shelter Sessions”. Para
que los más animados tuvieran ocasión de calentar las gargantas de cara al
plato fuerte de la noche el cuarteto nos invitó a tomar partido de los
estribillos de “Total Strangers”, que acabaría convirtiéndose en uno de los
temas más destacados de su escueta actuación.
Con el estadio poco a poco tomando colorido y con la
gente con muchas ganas de diversión, la vitalista descarga de “Vintage Trouble”
proseguiría con el elegante toque jazzero de “Jezzebella”, para acto seguido
elevar el nivel de intensidad con el marchoso “Angel City, California” y “Run
Like The River”, durante el que Taylor no dudó en abandonar el escenario para
mezclarse con las primeras filas. El último cartucho de la descarga del combo
californiano estaría reservado para “Strike Your Light (Right On Me)”.
Seguramente muchos hubieran preferido un aperitivo más consistente antes del
desembarco de Angus y cía., pero lo cierto es que Vintage Trouble cumplieron
con creces con su cometido consiguiendo animar al personal y amenizando la espera
hasta la llegada del plato fuerte de la noche.
Con absoluta puntualidad, a las 22:00 horas, las luces
del estadio se apagaban dejando ante nuestros ojos la estampa de miles de
cuernos luminosos ocupando gran parte de la pista y la grada. El momento había
llegado, y las pantallas se encendían para dejar paso al video que serviría
como introducción a la descarga. Dos atónitos astronautas descubrían en plena
misión espacial el humeante logo de la banda antes de que un meteorito iniciara
su vertiginoso viaje a través del espacio para acabar impactando sobre el
escenario, provocando la ensordecedora explosión que dejaría paso a la primera
pieza de la noche “Rock Or Bust”. Como viene siendo habitual la encargada de
dar el pistoletazo de salida sería la pieza de apertura de su último plástico,
y desde el mismo arranque pudimos comprobar que la audiencia sería parte
fundamental del espectáculo, ya que durante todo el show la gente no dejó de
cantar, bailar y jalear a sus ídolos.
Con la pareja Brian/Angus asumiendo todo el
protagonismo escénico, sería el propio guitarrista quien, ataviado con su
inseparable uniforme de colegial, se convertiría en el centro de todas las
miradas, recorriendo incansablemente el escenario mientras infringía a su
instrumento un implacable castigo en temas como “Shoot To Thrill”, consiguiendo
que el recinto se viniera literalmente abajo por primera vez. Tras tan sólo un
par de temas la maquinaria de la formación australiana parecía estar ya a pleno
rendimiento, - especialmente la garganta de Brian, a la que le costó mas de lo habitual entrar en el
show -, de modo que llegaba el momento del primer recuerdo hacia a la época del
añorado Bon Scott de manos de “Hell Ain´t A Bad Place To Be”, con toda la banda
sonando compacta y potente mientras Angus se aproximaba al filo del escenario
para mirarnos desafiante exhibiendo una “demoniaca sonrisilla”.
La trayectoria ascendente de la descarga proseguiría
con otra pieza verdaderamente legendaria dentro del interminable catalogo de
éxitos de los australianos “Back In Black”, que acompañada por imágenes de los
músicos en blanco y negro nos servía para ratificar que el veterano Chris Slade
no ha perdido su toque mágico ni la química con el bajista Cliff Williams, ya
que entre ambos siguen forjando los sólidos cimientos sobre los que Angus puede
dar rienda suelta a su particular locura guitarrera. La segunda muestra de “Rock
Or Bust” llegaría con la cachondísima y adictiva “Play Ball”, en la que pudimos
observar a un Brian más relajado y menos forzado vocalmente, permitiéndose algún simpático guiño con las primeras filas
mientras la gente entonada el pegadizo estribillo.
Tras haber transcurrido una cuarta parte del espectáculo,
la principal novedad con respecto a anteriores visitas fue la sobriedad
escénica que acompañó al combo australiano, ya que sobre el escenario,
-flanqueado por dos enormes pantallas frontales y dos laterales-, no hubo
ninguna clase de atrezo, ni elemento decorativo que hiciera referencia al
título o la portada de su última entrega. Pero dejando a un lado estas
apreciaciones, donde no falló el quinteto fue a la hora de convertir, una y
otra vez, el recinto en una autentica fiesta. Así que tras presentarnos una
pieza de nuevo cuño como “Play Ball”, llegaba el momento de que todo el mundo
se pusiera a botar con el puño en alto, y que mejor elección que “Dirty Deeds
Done Dirt Cheap”, con Angus volviendo a acaparar todos los flashes de las
cámaras en un final hilarante que encendería al máximo a una audiencia
completamente extasiada.
La única mirada que la banda se permitió hacia el
material facturado durante la década de los noventa,- dejando completamente de
lado ese gema que lleva por titulo “Ballbreaker -, llegaría con una monumental
“Thunderstruck”, que nos dejaría la estampa del vocalista clavando su rodilla
en el suelo para dar al tema unas mayores cuotas de dramatismo mientras buscaba
la complicidad de la audiencia. Tras una nueva ovación llegaba el momento del
vacile con una turbadora versión del “High Voltage”, volviendo a centrar su mirada sobre la primera época de
la banda, derrochando “feeling”, magia e intensidad guitarrera por los cuatro
costados.
El contraste a tanto clasicismo lo pondría el tema de
apertura de su anterior trabajo “Rock
´N´ Train” que, pese a sonar potente y compacto, acabó rebajando mínimamente el
nivel de euforia que se respiraba en el recinto tras la brutal acogida que
habían tenido las dos piezas anteriores. Pero, rápidamente, los ánimos
volverían a caldearse al aparecer en escena la majestuosa campana que anunciaba
la llegada de “Hells Bells”. Aunque, en esta ocasión, Brian no se columpió de
su badajo, el tema sonó con la fuerza y la intensidad acostumbrados, demostrando el
porque se ha convertido en uno de los pilares básicos de sus directos.
La tercera y ultima entrega de “Rock Or Bust”,
llegaría de manos de “Baptism By Fire”, y tras ella seriamos testigos de
algunos de los momentos más vibrantes y memorables de la velada. Para conseguir
que la gente volviera a sentirse protagonista y se implicara al máximo las
pantallas se centraron en mostrar imágenes de las primeras filas mientras la
banda daba buena cuenta de “You Shook Me All Night Long”, que a modo de
declaración de intenciones nos mostraba a una banda que, pese a su veteranía,
lo dio todo sobre las tablas. Aunque no estuvo invitada a la cita de esta noche
una vieja conocida como “The Jack”,- lo que nos privó de presenciar el habitual
“streeptease” de Angus -, la que si hizo acto de presencia fue la provocadora “Sin City”, recuperada para esta gira y que
estuvo marcada por el triunfal paseo de
un Angus en estado de gracia.
Como si fueran auténticos proyectiles las bombas que
dejaba caer la formación australiana no servían más que para espolear y
levantar el ánimo de una tropa completamente abandonada a la fiesta, el
desmadre y la diversión, consiguiendo crear ese clima que hace que las
descargas de Ac Dc sean únicas e irrepetibles. “Shot Down In Flames”, sería la
elegida para encarar la recta final del show. Pero sin duda la mayor sorpresa
de la noche se produciría cuando la banda empezó a atacar los primeros compases
de “Have A Drink On Me”, que rescatada de su “Back In Black” regresaba también
al repertorio tras casi 30 años de ausencia para deleite de los mas eruditos.
Con el diminuto guitarrista empapado en sudor y con la
camisa ya completamente abierta era el momento de afrontar “T.N.T.”, que con
imágenes de explosiones en las pantallas volvió a aunar el grito de todos los
presentes. Sin concedernos ni un segundo de tregua daríamos la bienvenida a
“Whole Lotta Roise”, con su voluptuosa protagonista haciendo acto de presencia
para posicionarse sobre la batería de Chris Slade. Antes de abandonar el
escenario todavía tendrían tiempo de ofrecernos una clase magistral de manos de la pieza que daba
titulo a su álbum de 1977 “Let There Be Rock”, que fue acompañada por
diferentes imágenes de la trayectoria de la banda, siendo la más aplaudida la
aparición de la efigie del mítico Bon Scott. Sería durante la parte
instrumental de este último tema cuando un Angus completamente desatado
transitó por la pasarela central que salía del escenario para acabar alcanzando
una plataforma circular que le elevó sobre nuestras cabezas.
Para el arranque del “encore” con “Highway To Hell”,
no hubo jaula para contener a Angus, de modo que el guitarrista pudo campar a
sus anchas por todo el escenario mientras nos regalaba ese mítico riff que se
ha convertido en seña de identidad de la banda, haciendo estremecer a una
audiencia que coreó con total devoción su legendario estribillo. La despedida
definitiva, como no podía ser de otra forma, llegaría con “For Those About To
Rock (We Salute You)”, y su habitual ceremonial con los cañones disparando
salvas para rendir pleitesía a todos los presentes, poniendo así un brillante
broche a la velada.
Tras presenciar la descarga del combo australiano
resulta innegable que la formación sigue manteniendo un excelente nivel. Tal vez,
en esta ocasión, el montaje escénico estuvo algo por debajo del de anteriores
giras. No tuvimos ni trenes, ni estatuas, ni bolas de demolición aplastando el
escenario, pero lo que no faltó fue la magia, la actitud y la entrega de una
banda que, como decía anteriormente, lo dio todo en escena, haciendo felices a
unos seguidores que abandonaron la montaña olímpica de Montjuic con una sonrisa
de oreja a oreja.
TEXTO Y FOTS:ALFONSO DIAZ
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