Lo
mejor de fantasear es que los sueños pueden
acabar convirtiéndose en realidad.
Seguramente cuando a principios de la década de los noventa un jovencísimo
Tobias Sammet hacía sus primeros pinitos en la música junto a su inseparable amigo Jens Ludwing no podía
imaginarse que tan solo unos años después acabaría compartiendo escenario con
algunos de sus ídolos. Y es que lo que nació como la extravagancia operística de un músico ambicioso e imaginativo ha
acabado convirtiéndose en uno de los proyectos más exitosos y emblemáticos de
los últimos tiempos. Pese a no haber descuidado la carrera de Edguy, lo cierto
es que el reconocimiento y la popularidad que ha alcanzado Avantasia ha obligado al vocalista
a tener que defender este material en directo,
ya sea girando con su propio espectáculo o formando parte de algunos de los
festivales más importantes del Viejo Continente, rodeándose para ello de
algunos de los invitados que han
participado en de sus obras de estudio.
En
nuestro país ya tuvimos ocasión de verles dentro del marco del Sonisphere 2013. Pero, en aquella oportunidad,
el intempestivo horario de su actuación, las limitaciones propias de un
festival, y el cansancio acumulado tras
una intensa jornada de conciertos nos impidieron disfrutar del show en todo su
esplendor. Afortunadamente, en esta ocasión, podríamos presenciar el espectáculo
completo de la banda, tal y como nos
prometió Sammet en aquella visita: Más de tres horas de grandilocuencia
instrumental, un espectacular montaje escénico (de los mejores que hemos podido
ver en los últimos años) y, como no, del concurso de algunas voces emblemáticas
dentro de la escena hard n´ heavy internacional.
Hacia
varios días que las entradas se habían agotado, así que no resultó una sorpresa
cuando al aproximarnos a la sala grande del
Razzmatazz nos topamos con una interminable cola que aguardaba pacientemente a
que las puertas se abrieran a las 19 horas. Mucha, muchísima, expectación había
suscitado la llegada de Avantasia a la Ciudad Condal, ya que desde primera hora
de la mañana había gente en los alrededores del recinto esperando la llegada de
los músicos con la intención de robarles
una foto o pedirles un autógrafo. Con una sala llena hasta la bandera, con la
planta superior también habilitada, la tensión y la impaciencia podían palparse
en el ambiente a medida que se acercaba la hora marcada para el inicio del
show.
Al
acceder al local había que buscar una
buena ubicación para seguir la descarga, y justo en ese momento era cuando uno se percataba de la primera
sorpresa de la noche: un fastuoso
escenario presidido por la imponente ilustración que Rodney Matthews diseñara
para “Ghostlights”, y que serviría como fondo para un set escénico dividido en varios niveles, y
en el que destacaban las escaleras por las que irían desfilando los diferentes
invitados del show. En ese aspecto, no habría sorpresas, ya que la lista de
invitados se había filtrado y todos sabíamos quienes comparecerían junto a
Sammet. Había llegado el momento, las luces se apagaban y una extensa introducción
acabaría sirviendo como acompañamiento para que los instrumentistas tomaran
posiciones.
El último en aparecer en escena, como no podía ser de otra forma,
fue Mr. Sammet para rápidamente comandar
la nave en solitario durante “Mystery Of A Blood Red Rose”. Seguramente, muchos
hubieran optado por un arranque más eléctrico e impetuoso, pero esta noche nos
enfrentábamos a un repertorio extenso, de modo que había que dosificar las
fuerzas. Quizás el primer single de su último redondo no les haya servido para participar en el festival de Eurovisión,
pero tiene el potencial suficiente, vista la respuesta del público, para
convertirse en un nuevo himno de la banda gracias a la sutileza de sus melodías
y a la inconmensurable labor de Herbie
Langhans y Amanda Somerville, que fueron quienes se encargaron de los apoyos
vocales durante todo el show.
Tras
recibir una cálida bienvenida y después
de que Sammet se diera su primer baño de multitudes llegaba el momento de hacer
que la gente explotara, apostando por los intensos duelos que nos propusieron
las guitarras de Sascha Paeth y Oliver Hartmann durante “Ghostlights”, que fue
la elegida para que hiciera acto de presencia el primer invitado de la noche,
Michael Kiske, que fue presentado por Sammet con todos los honores antes de
ofrecernos una buena colección de agudos que ratificaban que sigue conservando
su característico registro y, lo que es más importante, el cariño y la
admiración de sus incondicionales.
El carrusel de invitados no se detendría, así
que con la gente completamente extasiada sería la potente pegada de Felix
Bohnke la encargada de adentrarnos en “Invoke The Machine”, para la que
descendería por las escaleras Ronnie Atkins, que no dudaría en ejercer como
frontman para ponerse al frente de la nave mientras relegaba a Sammet a un
discreto segundo plano. Sin cambiar de pareja de baile, la dupla Sammet/Atkins
nos ofrecería “Unchain The Light”, que con su espectacular juego de luces nos
servía para retornar al material de “Ghostlights”, mientras éramos testigos de
la primera tripleta de la noche, ya que desde las alturas se sumaría a la
interpretación Michael Kiske.
Habiendo
firmado un arranque absolutamente arrollador, en el que el vocalista de Fulda y
sus compañeros consiguieron meterse a toda la audiencia en el bolsillo, había
que cambiar radicalmente de registro, y que mejor que confiar en el temple y la calidez de una de las voces más elegantes
de la escena europea, Bob Catley, para contando con el apoyo de Amanda Somerville conseguir
emocionarnos a todos durante la deliciosa “A Restless Heart And Obsidian
Skies”. Si durante los primeros compases del show Sammet había demostrado sus
buenas facultades para encarar esas incendiarias cabalgadas de corte power
metalero, sería a lo largo de “The Great
Mystery”, cuando nos mostraría su faceta más melódica y elegante acompañándose
del concurso del veterano vocalista británico.
Precedido
por las palmas del respetable y con la sala convertida en una auténtica fiesta
llegaba el momento de ponernos todos a botar con “The Scarecrow”, que se
convertiría en el primer recuerdo hacia su trabajo de 2008, siendo el marco sonoro que
marcaría la aparición del noruego Jorn Lande, que fue el encargado de protagonizar
los pasajes más épicos de la velada. Pese a ello, siempre
bromista y ocurrente, Sammet le retaría a cantar los registros más relajados
que nos propondrían los teclados de Michael “Miro” Rodenberg durante el arranque
de “Lucifer”, que marcaba el retorno sobre su último
redondo mientras se cumplía la primera hora de show.
Pese
a la grandilocuencia y la espectacularidad de todo el espectáculo Sammet no pudo
evitar que saliera a relucir su faceta más gamberra y extrovertida, por lo que no se cortaría a la hora de pedirnos que
hiciéramos todo el ruido posible mientras inmortalizaba el momento con su
teléfono para mandárselo a su madre. Pero
dejando a un lado estas pequeñas excentricidades, a las que el vocalista nos
tiene más que acostumbrados, la noche proseguiría con “The Watchmaker´s Dream”,
para la que Oliver Hartmann se desdoblaría, ya que además de ofrecernos una buena muestra de su calidad como
guitarrista también se hizo cargo de las
voces solistas. El último de los invitados en descender por las escaleras
situadas junto a la batería de Bohnke sería Eric Martin para dar brillo y emotividad
a “What´s Left Of Me”, y es que nadie es capaz de cantar las baladas con más
feeling e intensidad que el vocalista americano.
Con
todos los invitados en escena a excepción de Sammet, que se retiró
momentáneamente para ceder todo el protagonismo a sus compañeros, llegaba uno
de los momentos más vibrantes y épicos de la noche con un monumental “The
Wicked Symphony”, del que destacaría el fantástico duelo que nos ofrecieron Eric
Martin y Amanda Somerville en el centro del escenario. Con la gente
completamente extasiada y acompañado de los “oes” del respetable, Sammet volvía
a escena para presentarnos a su
compañero Herbie Langhans, que abandonaría su puesto como vocalista de apoyo
para hacerse cargo de las melancólicas estrofas de “Draconian Love”. Su
compañera durante toda la velada, Amanda Somerville, también tendría ocasión de
brillar intensamente junto a Kiske y Sammet a lo largo del emocionante “Farewell”,
que conseguía que la sala se viniera
abajo al representar el primer guiño a su debut, “The Metal Opera”.
Varias
fueron las ocasiones en las que Michael Kiske recibió el cariño y la admiración
del público barcelonés, tal y como sucedió durante la presentación de
“Stargazers”, por cuyo extenso desarrollo fueron desfilando Lande, Atkins y
Hartmann, para acabar uniendo fuerzas en un vibrante in–crescendo final.
Habiendo recuperado el aliento Sammet retornaría sobre las tablas para un nuevo
duelo con su “maestro” a lo largo del
coreadísimo “Shelter From The Rain”, para el que contarían también con el concurso de Catley. El
contraste entre dos generaciones de vocalistas se dejaría notar con fuerza durante los
elegantes y refinados estribillos del
delicioso “The Story Ain´t Over”, que nos dejaría la imagen de Sammet alargando
su pie de micro hacia las primeras filas
para que apoyáramos al mítico vocalista de Magnum.
Le
encargada de volver a hacer que el show recobrara todo su dramatismo e
intensidad sería “Let The Storm Descend Upon You”, y con ella el retorno sobre
las tablas de Lande y un Atkins absolutamente colosal, que ejerció durante
muchos momentos como frontman y que no vaciló a la hora de pedir el apoyo de
toda la audiencia. Seguramente, uno de los mayores atractivos de la velada fue
ver como vocalistas acostumbrados a ejercer como frontman en sus respectivas
formaciones consiguieron convivir musicalmente en armonía, poniéndose al
servicio de Sammet para lograr que sus composiciones brillaran en todo su
esplendor. Sin duda uno de esos momentos mágicos, que quedaran
grabados en la retina de todos los presentes, llegaría con “Reach Out For The Light”, con
Sammet y Kiske volviéndose a enfrentar en otro frenético duelo repleto de
melodía y registros agudos. Sin abandonar ese estado de euforia en el que nos
habían sumergido seguirían indagando en el material de su debut. Así que para encarar la recta final del show que mejor que
el tema que presta su nombre a este singular proyecto, el monumental “Avantasia”.
Por
si todavía no estaban las gargantas suficientemente calientes serían Atkins y
Martin los encargados de hacernos entonar la melodía de apertura de “Twisted
Mind”, para dejar que fueran sus aromas orientales los encargados de propulsar
un tema que pondría a toda la sala a dar palmas siguiendo, nuevamente, las
indicaciones de Atkins. La elegida para poner el punto y seguido a la actuación sería
“Dying For An Angel”, con un Martin incontestable haciéndose cargo de las
líneas que grabara Klaus Meine.
La
vuelta de los músicos estaría acompañada por las palmas que respaldarían el bajo de Andre Neygenfind durante el inicio de
“Lost In Space”, que nos hacía despegar desde su intimismo inicial hasta un potentísimo estribillo que fue rematado
por el concurso de Amanda Somerville. Como si de una obra de teatro se tratara,
con todos los interpretes que habían participado sobre las tablas, llegaba el
momento del adiós coral con un potente
medley compuesto por las majestuosas armonías
de “Sign Of The Cross” y “The Seven
Angels”, que servían para para rubricar
una noche que permanecerá en el recuerdo de todos los que estuvimos allí.
Aunque
fueron más de tres horas de concierto, no creo que a nadie se le hiciera largo,
ya que el show fue dinámico y
milimétrico, demostrando que Sammet ha sabido medir los tiempos para hacer que
ese constante trasiego de vocalistas
mantenga el nivel de intensidad durante todo el show. Sí, seguramente, habrá
quien echara en falta algún invitado más. Personalmente, me hubiera encantado
ver en escena a Kai Hansen, Alice
Cooper o André Matos, pero
lamentablemente no pudo ser. Simplemente apoteósico, Sammet consiguió rodearse
de un gran elenco de músicos para cumplir con la promesa que nos hiciera hace
más de dos años en las primeras actuaciones de Avantasia en nuestro país.
TEXTO:ALFONSO DIAZ
FOTOS:CARLOS OLIVER
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