Tras saborear las
mieles del éxito con sus cuatro primeras entregas y haber sufrido también las críticas
y los despiadados ataques del PMRC, Blackie Lawless encaraba la década de los
noventa con la firme intención de dar un nuevo impulso a su carrera musical.
Para ello, rompió peras con el que hasta entonces había sido su compañero de
correrías y fiel escudero el guitarrista Chris Holmes y se concentró en fraguar
la historia que serviría como argumento para lo que tenía que ser su primer
trabajo en solitario y que a la postre
acabó convirtiéndose en el quinto trabajo de W.A.S.P. “The Crimson
Idol”, una ambiciosa obra conceptual en la que el carismático frontman narraba
las vivencias, el éxito y la posterior debacle de un personaje ficticio
denominado Jonathan Steel.
Pese a la ruptura
que significó con su pasado, lo cierto es que el disco gozó de una fantástica
acogida y con el tiempo se ha convertido en una de las obras cumbre de su
dilatada carrera discográfica. No era esta la primera vez que Blackie salía a
la carretera para tocar íntegramente el disco, ya que hace una
década, coincidiendo con el decimoquinto aniversario de su publicación, ya
se embarcó en un tour en el que también tuvimos ocasión de ver la película que
se grabó para acompañar su salida en 1992.
Si en aquella
ocasión el lugar escogido fue la sala mediana del Razzmatazz, de cara a esta
visita la acción se trasladaba a la sala grande, concediendo a la cita la
aureola de acontecimiento especial. Como no podía ser de otra forma, teniendo
en cuenta el tirón del cuarteto americano y el arraigo del álbum entre sus
seguidores, la audiencia catalana
respondió a la llamada llenando la planta inferior del recinto.
La noche no comenzaba
bien, ya que los encargados de abrir la velada Beast In Black se caían del
cartel por problemas con su autobús, aunque flotaban en el ambiente los rumores
que apuntaban a que los finlandeses habían tenido serias desavenencias en
cuanto al trato recibido por el entorno de las estrellas de la noche. En
cualquier caso, Blackie y sus muchachos quedaban como el único acto de la
velada. Por ello, la espera fue más larga de lo habitual, y mientras la gente
consumía pacientemente la espera, en los grupitos que se fueron formando “la
comidilla” giraba en torno a que tipos de ayudas recurría el veterano vocalista
durante el show.
Sí, hubo ayudas.
Muchos de los coros, por no decir la gran mayoría fueron disparados, y también
pudimos apreciar varias líneas de apoyo vocal que ayudaron a que la voz de
Blackie sonara más nítida y potente. En cuanto a la banda que le acompañó, nada tiene
que ver con la que grabó “The
Crimson Idol”, ya que los que formaron junto a Blackie fueron los habituales: el
guitarrista Doug Blair, el bajista Mike Duda y su último
fichaje: el batería Aquiles Priester, quien por cierto se mostró perfectamente
conjuntado con sus nuevos compañeros.
El anunciado formato
del show propició que la gente estuviera
más preocupada por buscar un buen lugar desde el que no perderse detalle
de las imágenes que se sucederían en las tres pantallas que había sobre el
escenario, que de apretujarse en las primeras filas. Para acabar de ambientar
la velada cuando las luces se apagaron por las pantallas empezaron a desfilar
las letras de presentación con la misma
tipografía que se empleó para el
artwork del disco.
Lentamente,
prácticamente a oscuras, y de forma parsimoniosa los músicos fueron tomando
posiciones en escena para regalarnos durante “The Titanic Overture”, la melodía
que serviría como hilo conductor durante esta primera parte del show. El
espectáculo había arrancado y con Blackie al frente, luciendo sus clásicas
botas de flecos blancas, llegaba el momento de adentrarnos en la tormentosa
infancia del protagonista de nuestra historia. Un detalle que me sorprendió fue
que Blackie se dedicó a las partes vocales sin apenas interactuar con las
primeras filas, posicionándose de espaldas al respetable durante las desarrollos
instrumentales del dramático “The
Invisible Boy”.
Quizás fuera ese el
motivo por el que la respuesta del público fue un tanto fría. Pero,
afortunadamente, esto no tardaría en cambiar, ya que el nivel de excitación e
intensidad iría en aumento conforme fueron sucediéndose los temas y llegaron
los cortes más rápidos y coreables. La primera vez que el público recogió el
testigo para cantar junto a la banda fue durante “Arena Of Pleasure”. Pero uno
de los momentos de la noche llegaría justo después, cuando el sobrecogedor
sonido de la motosierra nos anunciaba la llegada del monumental “Chainsaw
Charlie (Murders In The New Morgue”, con la gente completamente desatada entonando
su melodía central antes de que Blair
nos espetara su incendiario solo de guitarra.
Como suele suceder
en muchas ocasiones, tras la tempestad siempre llega la calma. Así que la
encargada de hacernos recuperar el aliento y rebajar mínimamente el clímax que
se había creado fue “The Gypsy Meets The Boy”, con el cuarteto contemporizando el tempo de la canción mientras
a través de las pantallas podíamos ver como una gitana le auguraba un oscuro
destino a Jonathan. No tardaría en volver a repuntar el ambiente gracias a los agiles
guitarrazos y los rotundos coros de
“Doctor Rockter” y "I Am One" quizás
los temas del álbum que mejor conservan la esencia de
los W.A.S.P. de los ochenta, lo que propició que la gente volviera a
convertirse en protagonista.
Nuevamente el
escenario quedaría sumido en la penumbra para encarar el tramo más oscuro y
desgarrador del álbum que arrancaba con
"The Idol", que nos dejaba a Blair exprimiendo su llamativa guitarra
de doble mástil. Esa ambientación intimista y sosegada se mantuvo a lo largo de
la deliciosa balada "Hold On To My
Heart". Mientras que para cerrar esta primera parte del show tendríamos
ocasión de adentrarnos en los diferentes
paisajes que dibuja el monumental "The Great Misconceptions Of Me",
que a modo de resumen nos volvía a evocar algunos de los momentos culminantes
del show, intercalando pasajes instrumentales cargados de épica, explosivos
cambios de ritmo y unas líneas vocales cargadas de rabia, ira y desesperación, para
acabar recabando una fastuosa ovación mientras la banda se perdía entre
bambalinas y por las pantallas desfilaban los títulos de crédito que daban por
finiquitado el espectáculo.
Si durante la
primera parte del show el cuarteto se mantuvo en un estudiado segundo plano,
concediendo gran parte del protagonismo a la película, fue durante los bises
cuando los músicos asumieron su rol de rockstar, especialmente un Blackie que
se mostró más ágil y comunicativo en escena, alentando al personal a que se
sumará a los coros de "L.O.V.E. Machine", que fue acompañado por su
vídeo-clip a través de las pantallas. Con el frontman postrado desafiante, con
el pie apoyado sobre uno de los monitores, y
tras dos amagos que hicieron explotar al público arrancaba un efectivo
"Wild Child", que contó con el
respaldo a las voces de Duda y Blair.
Tampoco quisieron
dejarse en el tintero algún guiño al
material compuesto durante los últimos años, de modo que "Golgotha",
nos adentraba en derroteros más oscuros y melódicos ante la indiferencia de un
público ávido de que los americanos siguieran descargando algunos de sus
grandes hits. El último tema de la noche fue "I Wanna Be Somebody",
que ponía a todo el mundo a corear el estribillo para cerrar la velada por todo
lo alto.
Siempre resulta
complicado llevar al directo una obra conceptual, y más cuando es tan intensa,
compleja y ambiciosa como "The
Crimson Idol". Pese a ello, la banda asumió el reto y supo salir
victoriosa. Ninguna pega se puede poner a unos W.A.S.P.
que estuvieron a un excelente nivel. Aunque un par más de temas más en los
bises, teniendo en cuenta que no hubo teloneros, hubieran convertido esta noche
de sábado en una velada memorable, y más si tenemos en cuenta que se quedaron
el tintero clásicos como “On Your Kness”, "Blind In Texas", "The
Hellion", “The Headless Children”...
TEXTO:ALFONSO DIAZ
FOTOS:CARLOS OLIVER
No hay comentarios:
Publicar un comentario