Una
larga década había transcurrido desde que el genio sueco de las seis cuerdas
Yngwie Malmsteen pisó por última vez los
escenarios de la Ciudad Condal. Mucho se ha hablado sobre la calidad del
material y de la producción de sus
últimas entregas, de un nivel notablemente inferior, según sus seguidores, si
lo comparamos con el de aquellas primeros trabajos que le convirtieron en
uno de los referentes indiscutibles para cualquier amante de las seis cuerdas.
Atesorando ese indiscutible legado el maestro Malmsteen siempre tuvo fama de
tener una personalidad difícil y un inmenso ego, tal y como han confirmado
muchos de los músicos que han trabajado con él a lo largo de su longeva trayectoria.
Quizás
por ello, el sueco se presentaba esta noche acompañado de unos músicos
solventes, pero que no merecieron ni tan siquiera presentación, quedando
relegados a una esquina para dejar que su jefe se encargara de llenar todo el escenario con su espectacular
y personal forma de tocar la guitarra. Cabe remarcar que aunque la sala grande
del Razzmatazz no llegó a llenarse, Malmsteen demostró que sigue conservando un
notable poder de convocatoria entre sus seguidores, con fans venidos especialmente
para el show desde Italia y Francia.
Esta noche no tuvimos teloneros, Malmsteen no quería que nadie tuviese
oportunidad de robarle ni un ápice de protagonismo, ... y vaya si lo consiguió.
Una sala a media luz y un escenario sumido en la penumbra, y en el que sólo podían verse los pilotos en verde de la montaña de pantallas y amplificadores Marshall que se apiñaban sobre las tablas, fue lo primero que pudo ver el público que parsimoniosamente fue accediendo al recinto desde que se abrieron las puertas a las 20 horas. En cuanto al repertorio hubo un gran predominio de composiciones instrumentales y varios clásicos imprescindibles de su primera etapa, aunque muchos de ellos no sonaron de forma íntegra.
Personalmente me faltaron temas, (cantados), algo por otra parte previsible si tenemos en cuenta que en esta ocasión se encargaron de las tareas vocales el propio guitarrista y el teclista Nick Marino. Pese al paso de los años Mr. Malmsteen sigue conservando su estampa clásica de guitar-hero: pantalones de cuero, camisa remangada a la altura de los antebrazos y abierta, melena al viento, y multitud de pulseras en sus muñecas. Tampoco ha abandonado su infinito catálogo de poses y malabarismos imposibles a la hora de atacar su instrumento.
Apareció en escena con unos minutos de retraso sobre el horario previsto, agasajado por un público que le recibió reverencialmente, para abrir la velada con una de sus piezas clásicas de la década de los ochenta “Rising Force”, mientras el escenario quedaba sumido en una densa neblina. Con todas las miradas puestas en su vistosa forma de tocar, y mientras un montón de teléfonos le grababan, nos adentrábamos en el primer pasaje de temas instrumentales compuesto por dos piezas de reciente cuño como son “Spellbound” y “Into Valhalla”.
Siguiendo las indicaciones de su jefe, Marino se encargaba de darnos las buenas noches antes de que Malmsteen se encargará por primera vez del apartado vocal durante el primer guiño a su última entrega con “Soldier”, mientras seguía obsequiándonos con sus imposibles carreras por el mástil. Tras un inicio explosivo, durante el que el hacha sueco no dejó de lanzar púas, tocaba cambiar radicalmente de registro para dejar que el feeling de “Like An Angel (For A April)” se encargara de contemporizar el ambiente.
Pero dejando a un lado la velocidad y la maestría que siempre le ha caracterizado, si hay algo que ha marcado la carrera del hacha sueco es su amor por la música clásica, lo que le ha convertido en el principal exponente del metal neoclásico. Así que no faltaron durante este tramo central del show sus particulares adaptaciones de piezas de grandes maestros como Bach y Paganini, que acabaron convirtiéndose en el preámbulo perfecto para ese derroche clase y barroquismo que es la imponente “Far Beyond The Sun”, que se saldaba con el sueco de rodillas lanzando su guitarra al aire para que la recogiera uno de sus pipas.
Una mirada sobre el material que facturó durante la década de los noventa nos brindó la oportunidad de recordar un “Seventh Sign”, que sonó muy bien instrumentalmente, pero al que le faltó alma en la discreta interpretación vocal que se marcaron a medias Yngwie y Marino. La imponente y fugaz “Overture”, acabó dejando paso al tema que presta título a su último trabajo “World On Fire”, en la que pudimos comprobar que pese a no ser ningún prodigio vocalmente hablando, Malmsteen sabe defenderse. Pero fue a partir de ese momento cuando el guitarrista se centró en mostrarnos todas sus habilidades solistas, adentrándose en una larga jam instrumental que incluyó diferentes pasajes de temas como “Evil Eye”, “Trilogy Suite Op.5”…, lo que hizo que el show perdiera algo de la intensidad. Personalmente de este extenso pasaje me quedaría con “Blue”, de su “Alchemy”, ya que en ella nos mostró su vertiente más bluesera.
Tras un escueto solo del batería Mark Ellis, que aportó más bien poco; el genio de sueco encaraba la recta final del show con otra de sus imprescindibles “You Don’ t Remember, I’ll Never Forget”, cantada por Marino. Las habilidades acústicas del maestro se encargarían de abrirnos el paso hacia una recta final que estuvo marcada por “Black Star” y una celebradísima “I’ ll See The Light Tonight”.
Como en él es habitual Yngwie Malmsteen no dejó
indiferente a nadie. A la salida opiniones para todos los gustos. Mientras
algunos habían flipado con su forma de tocar de la guitarra. Otros no entendían
como habiendo trabajado con vocalistas de primer nivel se presentaba en esta
nueva gira sin un cantante de garantías. En cualquier caso, lo que nadie puede
discutir es que Malmsteen sigue conservando intacta la magia, la técnica y el
talento que le convirtieron en uno de los guitarristas más reputados e
influyentes del heavy metal. Genio y figura.
TEXTO Y FOTOS:ALFONSO DIAZ
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