El
último mes de este 2018 arrancaba con una cita ineludible, el regreso a tierras catalanas de una de las formaciones
más exitosas dentro del panorama del metal sinfónico. Pese a haberse dejado
caer en la última edición del Leyendas Del Rock, hacía bastante tiempo que la
nave que comanda por el teclista y compositor Tuomas Holopainen no se dejaba caer por los
escenarios de la Ciudad Condal. Aunque a
muchos les costó asimilarlo, lo cierto
es que tras más de un lustro al frente de Nightwish Floor Jansen se ha ganado a
pulso la estima y el respeto de los seguidores de la formación finlandesa. Esta
gira que ha sido bautizada como “Decades
World Tour”, resulta la excusa perfecta para que los de Kitee repasen algunos
de sus hits imprescindibles, amen de repescar algunas viejas favoritas que se habían quedado fuera del repertorio de
sus últimas giras.
Para
poder ser testigos de la majestuosidad y la envergadura del montaje escénico
que presentaron unos Nightwish que parecen estar viviendo su mejor momento
tuvimos que desplazarnos hasta la montaña olímpica de Montjuic, concretamente
hasta el Sant Sant Jordi Club, un recinto que si bien no llegó a llenarse si
que acabó registrando una notable entrada, congregando un público de lo más
variado y heterogéneo, ya sea en edad o en gustos musicales. Pero antes de que los
finlandeses aparecieran en escena tendríamos ocasión de disfrutar del directo de una banda que parece estar llamada
a convertirse en una de las nuevas sensaciones dentro de la escena metálica
europea: Beast In Black.
La
banda que lideran los guitarristas Anton Kabanen (ex–Battle Beast) y Kasperi
Heikkinen (ex–U.D.O.), junto al vocalista griego Yannis Papadopoulos, ha
adoptado esa fórmula que tan en boga está
en los últimos años y que parece gustar
mucho a una nueva generación de metaleros: temas cortos, cargados de garra,
energía, melodía y estribillos altamente coreables, en los que los teclados, -pregrabados
en este caso-, y las guitarras se empastan a la perfección para crear un sonido
potente y muy marchoso. Pero, precisamente, creo que ese fue el principal
hándicap de la descarga de Beast In
Black, ya que todo me pareció excesivamente artificial, con coros, teclados, e
incluso algunas líneas vocales disparadas.
Aparecieron
con puntualidad británica, precedidos del clásico de Judas Priest “Night
Crawler”, y con muchas ganas de agradar al personal. Con
la gente todavía accediendo al recinto y buscando una buena posición para no
perderse detalle de lo que sucedería posteriormente sobre las tablas, los
finlandeses no tuvieron problemas para contagiar su aplastante dinamismo al personal, así que rápidamente nos invitaron a alzar los puños y
cantar los pegadizos estribillos de la
inicial “Beast In Black”. Como comentaba anteriormente, el combo de Helsinki
hizo gala de una excelente actitud, acompañando su puesta en escena de una
buena ración de movimientos sincronizados y perfectamente coreografiados que
sirvieron para captar la atención del respetable mientras el frontman griego recorría
incansablemente el escenario, -embutido en su larga chupa negra-, para buscar nuestra complicidad a la hora de
atacar “Eternal Fire”.
Pese
a que la banda derrochó vitalismo y se mostró como un rodillo en escena, lo
cierto es que fueron varios momentos a lo largo del show en los que me dio la
sensación de que estaban demasiado
juntos, dando la impresión de que el escenario se les quedaba un poco grande,
especialmente en los pasajes donde los teclados se dejaban notar con fuerza en
detrimento de las guitarras, tal y como sucedió a lo largo del hímnico “Blood Of A Lion”. Afortunadamente el
quinteto no tardaría mucho en recuperar el pulso a la velada con la aplastante cabalgada que marcó la
powermetalera “The Fifth Angel”.
Por
si alguien albergaba alguna duda sobre el
potencial de Yannis Papadopoulos,
el vocalista griego firmaría una de las mejores interpretaciones de la noche
durante “Born Again”, haciendo converger elegancia, potencia y melodía para
acabar recabando una rotunda ovación. Acto seguido llegó el momento de
concedernos una pequeña tregua que nos ayudó a recuperar el aliento gracias a
las distinguidas melodías de la pieza que cierra su ópera
prima “Ghost In The Rain”.
Al
igual que ya sucediera en su anterior
visita de hace unos meses abriendo para Rhapsody la tripleta de cuerda volvería
a colocarse unas llamativas gafas en las que se podían leer las palabras
que configuraban el título del siguiente tema “Crazy, Mad, Insane”, con los
músicos interpretando la pieza como si fueran autómatas. Antes de despedirse
definitivamente la banda todavía tuvo tiempo de anunciarnos que en breve
tendrán nuevo trabajo. Para acto seguido liquidar su tiempo en escena con una celebradísima “Blind And Frozen”, que ponía nuevamente al
personal a botar; y la épica “End Of The
World”.
Para
los que ya habíamos tenido ocasión de verles en acción la descarga de los
finlandeses no fue una sorpresa. Son músicos de sobrada solvencia y con unos
temas que funcionan muy bien en directo. Pero, personalmente, creo que deberían
utilizar menos efectos pregrabados y, por supuesto, acompañarse de un teclista
en directo. Lo dicho, en breve Beast In Black tendrán en la calle su segundo redondo
“From Hell With Love”, y ese será el momento de comprobar si tienen argumentos suficientes para dar el
salto definitivo al estrellato.
Si
algo ha caracterizado las descargas de Nightwish en los últimos tiempos es la vistosidad y grandilocuencia de unos montajes que cada vez son más llamativos, complejos y ambiciosos;
convirtiendo sus presentaciones en algo más que un simple espectáculo musical.
Evidentemente, no faltaron las proyecciones para ambientar cada una de las composiciones que sonaron a lo
largo de las dos horas que estuvieron sobre el escenario. Tampoco faltaron las
tarimas sobre las que reposaron la batería, los teclados, y el pequeño set que
sirvió para que el multi instrumentista británico Troy Donockley dejara patente que es una pieza
imprescindible en la propuesta de los finlandeses.
En
cuanto al sonido, teniendo en cuenta la dificultad que encierra sonorizar un recinto como el Sant Jordi Club, lo cierto
es que estuvo a un buen nivel en líneas
generales, permitiéndonos disfrutar de los matices y la elegancia que siempre
encierran las composiciones del combo de Kitee, dejando un protagonismo destacado al grandilocuente
sinfonismo que aportan los arreglos pregrabados, y los
teclados del omnipresente Tuomas Holopainen. Personalmente debo admitir que me
gustó mucho la labor de Floor Jansen, ya que además de conseguir hacer suyos
algunos temas imprescindibles de la anterior etapa de la banda, creo que esta
noche estuvo especialmente activa y
sonriente.
Otro
detalle que me sorprendió fue el arranque del show. Ya que tras una alocución
que nos invitaba a dejar nuestros teléfonos a un lado y disfrutar del show en
todo su esplendor, el encargado de dar el pistoletazo de salida fue Troy
Donockley, que desde su pequeño kit y armado con sus instrumentos de viento nos
deleitó con una versión instrumental de
“Swanheart” . Fue un delicioso arranque, aunque no fue más que un pequeño aperitivo
de lo que estaba por llegar. No tardarían en aparecer el resto de los músicos para tomar posiciones y hacer que se desatase
la euforia con las explosiones y las columnas de fuego que acompañaron a los
compases iniciales de “Dark Chest Of Wonders”.
La
entrega y la emoción del respetable
junto a la garra de una banda que funcionó como un engranaje perfectamente
engrasado,- con todos los detalles cuidados al milímetro-, lograron que el estado generalizado de euforia se
prolongara a lo largo de un celebradísimo “Wish I Had An Angel”, que nos dejaba a una Floor que no sólo cantó a la perfección sino
que también desplegó todas sus dotes interpretativas. Lo habían conseguido con
apenas un par de temas los finlandeses ya tenían al público rendido a sus pies.
De modo que tocaba proseguir nuestro viaje con una de esas perlas que son menos
habituales en sus últimas giras, y que tanto disfrutan sus incondicionales,
“10th Man Down”, que nos dejaba unas
altísimas columnas de fuego alzándose
desafiantes en la parte frontal del escenario mientras Marco Hietala daba la
replica a Ms. Jansen.
Nuevamente
volverían a ser los instrumentos de viento de Donockley junto a los
teclados de Tuomas Holopainen, -quien por cierto se pasó la primera
parte del show luciendo un sombrero-, los encargados de flanquearnos el paso
hacia los elegantes desarrollos de “Come Cover Me”. Muchos lo estaban
esperando, especialmente sus fans más veteranos, así que la respuesta del
auditorio cuando la banda se abalanzó sobre “Gethsemane” fue aplastante, con Tuomas jugueteando con la melodía mientras las proyecciones nos adentraban
dentro de un sombrío bosque para convertirse en uno de los momentos destacados de esta primera mitad del show.
Pero
toda esa oscuridad y las ambientaciones opresivas no tardarían en transformarse
en luminosidad con la llegada “Élan”, que era la escogida para que todos participáramos acompañando los rotundos increscendos que protagonizaron
Marco Hietala y el “pequeño” Emppu
Vourinen. Con el escenario teñido de azul, la inquietante mirada del lobo sería la que serviría como
fondo para el derroche de intensidad, emoción y potencia metalera que significó “Sacrament Of Wilderness”.
Todos
sabíamos que tarde o temprano los finlandeses tendrían que abrir su particular
tarro de las esencias. Todos teníamos claro que tendría que llegar el momento en
que sus distinguidas melodías hicieran volar nuestra imaginación una vez más.
Así que la siguiente en caer fue la delicada y emocionante “Dead Boy´s Poem”,
que nos dejaba a Hietala apareciendo en
escena empuñando una guitarra de doble
mástil mientras el recinto se iluminaba con las luces de los teléfonos. Sin
duda fue este tramo central del show en
el que los finlandeses mostraron todo su potencial como músicos, dejando a un
lado los temas más coreables y accesibles para dejar que la música fluyera libremente entre los presentes. De modo que no faltaron las deliciosas pinceladas folk
de “Elvenjig”, que sirvió para que la
vocalista holandesa disfrutara de un merecido descanso antes de invitarnos a enrolarnos
en la expedición que nos llevó hasta “Elvenpath”.
Con
el público completamente entregado las guitarras volverían a resonar con fuerza
antes de que Ms. Jansen nos pusiera a botar
al darnos la entrada de “I Want My Tears Back”, con el que volvían a
convertir el recinto en una auténtica fiesta, con Hietala y la vocalista compartiendo las
líneas vocales en la parte final del tema. Pero sin duda uno de los momentos
más épicos de la velada, en el que Nightwish volvieron a ofrecernos una nueva demostración
de sinfonismo metálico llegaría justo a continuación con el apocalíptico “Last
Ride Of The Day” de su aclamado “Imaginaerum”.
Otro
detalle destacable fue la facilidad que tuvieron Nightwish para jugar con el
tempo del show. Sabedores de que hubiera sido imposible prolongar el estado de euforia y excitación de su parroquia durante
toda la descarga, el sexteto optó por intercalar algunas composiciones con desarrollos más complejos y extensos, en
los que las ambientaciones, la intensidad
y los cambios de ritmo fueron claves, tal y como sucedió a lo largo de
“The Carpenter”, que nos dejaba a
Donockley haciéndose cargo del laúd y de las primeras estrofas antes de que
Floor tomara el timón de la nave.
El
fuego, el misterio, los dominantes teclados de Holopainen, y en definitiva la
faceta más metalera de la banda no
tardaría en reaparecer durante el grandilocuente arranque de “The Kinslayer”, que volvía a
poner en pie de guerra a unos seguidores que no dudaron en alzar los puños al aire para corear junto a
la vocalista cada estrofa. La misma tónica, pero con la batería sonando más
potente y arrolladora junto al rasgado registro de Hietala, seguiría una de sus composiciones
más oscuras “Devil & The Deep Dark Ocean”.
Sinceramente
creo que era otra de las que estaban en todas la quinielas de sus seguidores. No
podía faltar. Así que la reacción del respetable fue apoteósica cuando el
escenario quedó bañado en tonalidades azules y Floor empezó a pasearse por el
escenario mientras nos regalaba los
oídos con el fantástico estribillo de “Nemo”. Pero fue durante el devastador “Slaying
The Dreamer”, cuando el sexteto convirtió el Sant Jordi Club en un verdadero infierno. Y no lo digo
únicamente por la rotundidad con la que sonaron los afilados riffs de Emppu Vuorinen, ni por el fuego proyectado en las pantallas, sino por que desde cualquier punto
del local podía sentirse el calor de las llamaradas que se alzaban desafiantes
desde la parte frontal del escenario.
Como
era previsible tras la tormenta siempre acaba llegando la calma. Así que fueron
los teclados de Holapainen junto a la proyección de la bóveda estrellada los
que nos adentraron en la extensa y camaleónica “The Greatest Show On Earth”,
que acompañada de proyecciones de flora y fauna serviría para que todos
cantáramos su estribillo. Pero todavía no había llegado el final, ya que antes
de abandonar definitivamente el escenario los finlandeses aún se guardaron un
último as en la manga. Una composición que les permitió cerrar la velada por todo lo alto, dejando
patente que son uno los buques insignia dentro del metal sinfónico, la
maravillosa “Ghost Love Score”, durante la que tuvimos fuego, humo, y una copiosa lluvia de confeti.
TEXTO:ALFONSO DIAZ
FOTOS:CARLOS OLIVER
No hay comentarios:
Publicar un comentario