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domingo, 23 de diciembre de 2018

NIGHTWISH+BEAST IN BLACK.SANT JORDI CLUB-BCN-1-DIC-2018


El último mes de este 2018 arrancaba con una cita ineludible, el regreso  a tierras catalanas de una de las formaciones más exitosas dentro del panorama del metal sinfónico. Pese a haberse dejado caer en la última edición del Leyendas Del Rock, hacía bastante tiempo que la nave que comanda por el teclista y compositor  Tuomas Holopainen no se dejaba caer por los escenarios de la Ciudad  Condal. Aunque a muchos les costó   asimilarlo, lo cierto es que tras más de un lustro al frente de Nightwish Floor Jansen se ha ganado a pulso la estima y el respeto de los seguidores de la formación finlandesa. Esta  gira que ha sido bautizada como “Decades World Tour”, resulta la excusa perfecta para que los de Kitee repasen algunos de sus hits imprescindibles, amen de repescar algunas viejas favoritas  que se habían quedado fuera del repertorio de sus últimas giras.

Para poder ser testigos de la majestuosidad y la envergadura del montaje escénico que presentaron unos Nightwish que parecen estar viviendo su mejor momento tuvimos que desplazarnos hasta la montaña olímpica de Montjuic, concretamente hasta el Sant Sant Jordi Club, un recinto que si bien no llegó a llenarse si que acabó registrando una notable entrada, congregando un público de lo más variado y heterogéneo, ya sea en edad o en gustos musicales. Pero antes de que los finlandeses aparecieran en escena tendríamos ocasión de disfrutar del  directo de una banda que parece estar llamada a convertirse en una de las nuevas sensaciones dentro de la escena metálica europea: Beast In  Black.

La banda que lideran los guitarristas   Anton Kabanen (ex–Battle Beast) y Kasperi Heikkinen (ex–U.D.O.), junto al vocalista griego Yannis Papadopoulos, ha adoptado esa fórmula  que tan en boga está  en los últimos años y que parece gustar mucho a una nueva generación de metaleros: temas cortos, cargados de garra, energía, melodía y estribillos altamente coreables, en los que los teclados, -pregrabados en este caso-, y las guitarras se empastan a la perfección para crear un sonido potente y muy marchoso. Pero, precisamente, creo que ese fue el principal hándicap de la descarga  de Beast In Black, ya que todo me pareció excesivamente artificial, con coros, teclados, e incluso algunas líneas vocales disparadas.

Aparecieron con puntualidad británica, precedidos del clásico de Judas Priest “Night Crawler”,  y  con muchas ganas de agradar al personal. Con la gente todavía accediendo al recinto y buscando una buena posición para no perderse detalle de lo que sucedería posteriormente sobre las tablas, los finlandeses no tuvieron problemas para contagiar su  aplastante dinamismo al personal, así que  rápidamente nos invitaron a alzar los puños y cantar  los pegadizos estribillos de la inicial “Beast In Black”. Como comentaba anteriormente, el combo de Helsinki hizo gala de una excelente actitud, acompañando su puesta en escena de una buena ración de movimientos sincronizados y perfectamente coreografiados que sirvieron para captar la atención del respetable mientras el frontman griego recorría incansablemente el escenario, -embutido en su larga chupa negra-,  para buscar nuestra complicidad a la hora de atacar “Eternal Fire”.

Pese a que la banda derrochó vitalismo y se mostró como un rodillo en escena, lo cierto es que fueron varios momentos a lo largo del show en los que me dio la sensación de  que estaban demasiado juntos, dando la impresión de que el escenario se les quedaba un poco grande, especialmente en los pasajes donde los teclados se dejaban notar con fuerza en detrimento de las guitarras, tal y como sucedió a lo largo del hímnico  “Blood Of A Lion”. Afortunadamente el quinteto no tardaría mucho en recuperar el pulso a la velada  con la aplastante cabalgada que marcó la powermetalera “The Fifth Angel”.

Por si alguien albergaba alguna duda sobre el  potencial de  Yannis Papadopoulos, el vocalista griego firmaría una de las mejores interpretaciones de la noche durante “Born Again”, haciendo converger elegancia, potencia y melodía para acabar recabando una rotunda ovación. Acto seguido llegó el momento de concedernos una pequeña tregua que nos ayudó a recuperar el aliento gracias a las distinguidas  melodías de  la pieza que cierra  su ópera  prima “Ghost In The Rain”.

Al igual que ya sucediera en su  anterior visita de hace unos meses abriendo para Rhapsody la tripleta de cuerda volvería a  colocarse  unas llamativas  gafas en las que se podían leer las palabras que configuraban el título del siguiente tema “Crazy, Mad, Insane”, con los músicos interpretando la pieza como si fueran autómatas. Antes de despedirse definitivamente la banda todavía tuvo tiempo de anunciarnos que en breve tendrán nuevo trabajo. Para acto seguido liquidar su tiempo  en escena con una celebradísima  “Blind And Frozen”, que ponía nuevamente al personal a botar;  y la épica “End Of The World”.

Para los que ya habíamos tenido ocasión de verles en acción la descarga de los finlandeses no fue una sorpresa. Son músicos de sobrada solvencia y con unos temas que funcionan muy bien en directo. Pero, personalmente, creo que deberían utilizar menos efectos pregrabados y, por supuesto, acompañarse de un teclista en directo. Lo dicho, en breve Beast In Black tendrán en la calle su segundo redondo “From Hell With Love”, y ese será el momento de comprobar  si tienen argumentos suficientes para dar el salto definitivo al estrellato.

Si algo ha caracterizado las descargas de Nightwish en los últimos tiempos  es la vistosidad y grandilocuencia de  unos montajes que cada vez  son más llamativos, complejos y ambiciosos; convirtiendo sus presentaciones en algo más que un simple espectáculo musical. Evidentemente, no faltaron las proyecciones para ambientar  cada una de las composiciones que sonaron a lo largo de las dos horas que estuvieron sobre el escenario. Tampoco faltaron las tarimas sobre las que reposaron la batería, los teclados, y el pequeño set que sirvió para que el multi instrumentista británico  Troy Donockley dejara patente que es una pieza imprescindible en  la propuesta  de los finlandeses.

En cuanto al sonido, teniendo en cuenta la dificultad que encierra sonorizar  un recinto como el Sant Jordi Club, lo cierto es  que estuvo a un buen nivel en líneas generales, permitiéndonos disfrutar de los matices y la elegancia que siempre encierran las composiciones del combo de Kitee, dejando  un protagonismo destacado al grandilocuente sinfonismo que aportan los arreglos pregrabados,  y  los teclados del omnipresente Tuomas Holopainen. Personalmente debo admitir que me gustó mucho la labor de Floor Jansen, ya que además de conseguir hacer suyos algunos temas imprescindibles de la anterior etapa de la banda, creo que esta noche estuvo  especialmente activa y sonriente.

Otro detalle que me sorprendió fue el arranque del show. Ya que tras una alocución que nos invitaba a dejar nuestros teléfonos a un lado y disfrutar del show en todo su esplendor, el encargado de dar el pistoletazo de salida fue Troy Donockley, que desde su pequeño kit y armado con sus instrumentos de viento nos deleitó con  una versión instrumental de “Swanheart” . Fue un delicioso arranque, aunque no fue más que un pequeño aperitivo de lo que estaba por llegar. No tardarían en aparecer el resto de los músicos  para tomar posiciones y hacer que se desatase la euforia con las explosiones y las columnas de fuego que acompañaron a los compases iniciales de “Dark Chest Of Wonders”.

La entrega y la emoción del respetable  junto a la garra de una banda que funcionó como un engranaje perfectamente engrasado,- con todos los detalles cuidados al milímetro-, lograron  que el estado generalizado de euforia se prolongara a lo largo de un celebradísimo  “Wish I Had An Angel”, que nos dejaba a una  Floor que no sólo cantó a la perfección sino que también desplegó todas sus dotes interpretativas. Lo habían conseguido con apenas un par de temas los finlandeses ya tenían al público rendido a sus pies. De modo que tocaba proseguir nuestro viaje con una de esas perlas que son menos habituales en sus últimas giras, y que tanto disfrutan sus incondicionales, “10th Man Down”, que nos dejaba  unas altísimas  columnas de fuego alzándose desafiantes en la parte frontal del escenario mientras Marco Hietala daba la replica a Ms.  Jansen.

Nuevamente volverían a ser los instrumentos de viento de Donockley junto a  los  teclados de Tuomas Holopainen, -quien por cierto se pasó la primera parte del show luciendo un sombrero-, los encargados de flanquearnos el paso hacia los elegantes desarrollos de “Come Cover Me”. Muchos lo estaban esperando, especialmente sus fans más veteranos, así que la respuesta del auditorio cuando la banda se abalanzó sobre “Gethsemane” fue aplastante,  con Tuomas jugueteando con la melodía  mientras las proyecciones nos adentraban dentro de un sombrío bosque para convertirse  en uno de los momentos  destacados de esta primera mitad del show.

Pero toda esa oscuridad y las ambientaciones opresivas no tardarían en transformarse en luminosidad con la llegada “Élan”, que era la escogida para que  todos participáramos acompañando  los rotundos increscendos que protagonizaron Marco  Hietala y el “pequeño” Emppu Vourinen. Con el escenario teñido de azul, la inquietante  mirada del lobo sería la que serviría como fondo para el derroche de intensidad, emoción y potencia metalera que  significó “Sacrament Of Wilderness”.

Todos sabíamos que tarde o temprano los finlandeses tendrían que abrir su particular tarro de las esencias. Todos teníamos claro que tendría que llegar el momento en que sus distinguidas melodías hicieran volar nuestra imaginación una vez más. Así que la siguiente en caer fue la delicada y emocionante “Dead Boy´s Poem”, que nos dejaba a  Hietala apareciendo en escena empuñando  una guitarra de doble mástil mientras el recinto se iluminaba con las luces de los teléfonos. Sin duda fue este tramo central del show  en el que los finlandeses mostraron todo su potencial como músicos, dejando a un lado los temas más coreables y accesibles  para dejar que la música fluyera  libremente entre los presentes. De modo  que no faltaron las deliciosas pinceladas folk de “Elvenjig”, que sirvió  para que la vocalista holandesa disfrutara de un merecido descanso antes de invitarnos a enrolarnos en la expedición que nos llevó hasta “Elvenpath”.

Con el público completamente entregado las guitarras volverían a resonar con fuerza antes de que Ms. Jansen nos pusiera a botar  al darnos la entrada de “I Want My Tears Back”, con el que volvían a convertir el recinto en una auténtica fiesta,  con Hietala y la vocalista compartiendo las líneas vocales en la parte final del tema. Pero sin duda uno de los momentos más épicos de la velada, en el que Nightwish  volvieron a ofrecernos una nueva demostración de sinfonismo metálico llegaría justo a continuación con el apocalíptico “Last Ride Of The Day” de su aclamado “Imaginaerum”.

Otro detalle destacable fue la facilidad que tuvieron Nightwish para jugar con el tempo del show. Sabedores de que hubiera sido imposible prolongar  el estado de  euforia y excitación de su parroquia durante toda la descarga, el sexteto optó por intercalar algunas composiciones  con desarrollos más complejos y extensos, en los que las ambientaciones, la intensidad  y los cambios de ritmo fueron claves, tal y como sucedió a lo largo de “The Carpenter”, que nos dejaba a  Donockley haciéndose cargo del laúd y de las primeras estrofas antes de que Floor tomara el timón de la nave.

El fuego, el misterio, los dominantes teclados de Holopainen, y en definitiva la faceta más  metalera de la banda no tardaría en reaparecer durante el grandilocuente  arranque de “The Kinslayer”, que volvía a poner en pie de guerra a unos seguidores que no dudaron en  alzar los puños al aire para corear junto a la vocalista cada estrofa. La misma tónica, pero con la batería sonando más potente y arrolladora junto al rasgado registro  de Hietala, seguiría una de sus composiciones más oscuras “Devil & The Deep Dark Ocean”.

Sinceramente creo que era otra de las que estaban en todas la quinielas de sus seguidores. No podía faltar. Así que la reacción del respetable fue apoteósica cuando el escenario quedó bañado en tonalidades azules y Floor empezó a pasearse por el escenario mientras nos regalaba  los oídos con el fantástico estribillo de “Nemo”. Pero fue durante el devastador “Slaying The Dreamer”, cuando el sexteto convirtió el Sant Jordi Club  en un verdadero infierno. Y no lo digo únicamente por la rotundidad con la que sonaron los afilados  riffs de Emppu Vuorinen, ni por  el fuego proyectado  en las  pantallas, sino por que desde cualquier punto del local podía sentirse el calor de las llamaradas que se alzaban desafiantes desde la parte frontal del escenario.

Como era previsible tras la tormenta siempre acaba llegando la calma. Así que fueron los teclados de Holapainen junto a la proyección de la bóveda estrellada los que nos adentraron en la extensa y camaleónica “The Greatest Show On Earth”, que acompañada de proyecciones de flora y fauna serviría para que todos cantáramos su estribillo. Pero todavía no había llegado el final, ya que antes de abandonar definitivamente el escenario los finlandeses aún se guardaron un último as en la manga. Una composición que les permitió  cerrar la velada por todo lo alto, dejando patente que son uno los buques insignia dentro del metal sinfónico, la maravillosa “Ghost Love Score”, durante la que tuvimos fuego, humo,  y una copiosa  lluvia de confeti.

Fue una noche mágica,  memorable. Nightwish dejaron patente que a día de hoy son los indiscutibles reyes del metal sinfónico en el Viejo Continente. Tienen un line-up asentado y plenamente consolidado, tienen un fantástico directo, la admiración de unos seguidores que les adoran. Y, además, poseen  la ambición y los medios necesarios para hacer que cada concierto se convierta es un auténtico espectáculo.


TEXTO:ALFONSO DIAZ
FOTOS:CARLOS OLIVER

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