El paso del tiempo es como una cruel espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas. Mirando atrás, un servidor debe haber visto en directo en más de una decena de ocasiones a los británicos Paradise Lost. La primera de ellas cuando vinieron como teloneros de Sepultura a finales de 1993. Mucho ha cambiado la escena y la industria desde entonces, los gustos de los fans, y la propia propuesta del combo de Halifax. En definitiva, que actualmente pocos puntos de conexión podemos encontrar entre aquellos jóvenes melenudos y el combo de músicos maduros y profesionales que vimos el pasado martes en una sala Apolo que registró unas tres cuartas partes de entrada en la planta baja del local.
Quizás lo anteriormente expuesto pueda parecer una dura crítica hacia Paradise Lost, pero nada más lejos de la realidad. Nick Holmes, Greg Mackintosh, Aaron Aedy y Stephen Edmondson, se han ganado a pulso a lo largo de los años mi respeto y admiración. Y es que pocas bandas hay dentro del panorama internacional que se hayan mostrado tan cambiantes, permeables y camaleónicas como ellos, aunque sin perder nunca sus primigenias señas de identidad. Muchas han sido las ocasiones en que las que combo británico ha pisado los escenarios de la capital catalana, así que para presentar lo que fue su última referencia de estudio “Obsidian” en esta ocasión recabaron en la céntrica Sala Apolo.
Para ejercer como anfitriones en los conciertos de su gira a su paso por nuestro país Paradise Lost contaron con la presencia de Obsidian Kingdom, una banda que al igual que ellos tiene la virtud de ir mutando y reinventándose en cada uno de sus trabajos, mostrándonos diferentes aspectos e influencias. Su más reciente entrega “Meat Machine”, que vio la luz a mediados del pasado 2020, servía para dar rienda suelta a su faceta más noventera, dejándonos con diferentes pinceladas de corte industrial, aunque a lo largo de los 45 minutos que estuvieron sobre el escenario tuvieron tiempo de mostrarnos muchas más aristas de su propuesta, amén de repasar varios cortes de sus lanzamientos previos.
Muchos son los detalles que hay que destacar del directo del combo barcelonés. El primero su line-up, una vez más diferente al que grabó el ya mencionado “Meat Machine”, -ahora sin teclista- , lo que hizo que todo sonara más duro y orgánico, aunque lógicamente hubo diferentes samplers disparados. Lo que no ha cambiado es la concepción de show que presentaron con Rider G Omega y sus secuaces, captando la atención del público a base de crear una ambientación oscura y opresiva, sin dirigirse al personal entre tema y tema para hacer que todas las canciones sean como un todo.
Pese a que el inicio de su descarga estaba prevista a las 19,45 mucha gente no quiso perderse su presentación, así que cuando aparecieron en escena había algo menos de media entrada en el local. Aunque en esta ocasión no hubo lugar para las proyecciones, lo cierto es que Obsidian Kingdom contaron con unas pequeñas columnas de luces leds en la parte posterior del escenario. Además el sonido fue bastante bueno en líneas generales, con las guitarras de Rider G Omega y Viral Vector Lips alternando momentos de furia metalera con pasajes más densos y atmosféricos, todo ello apoyado sobre la rotundidad de una sección rítmica que sonó potente y solvente ya desde los compases iniciales con la arrebatadora “MEAT STAR”.
He de reconocer que siendo seguidor de la banda desde hace mucho tiempo lo que más me gusta de sus directos es cuando sacan los dientes para mostrar su faceta más cruda y subversiva, y como buena muestra nos dejaron con ese segmento que incluyó un arrebatador “Last Of The Light”, para acto seguido dejar paso a las atmósferas más densas e introspectivas de “Haunts Of The Underworld”, con las que miraban a su obra “Mantiis - An Agony in Fourteen Bites”. Pero no se cerraba aquí el capítulo dedicado a su trabajo de 2014, ya que tampoco faltaron los desarrollos experimentales de “Fingers In Anguish”, ni la crudeza incontrolada de la imperturbable “Cinnamon Balls”.
Con el personal muy metido en la descarga, Obsidian Kingdom encaraban la recta final de su presentación con una pieza que resume a la perfección el contenido de su última obra, “THE PUMP”, mezclando guitarras densas, alternancias vocales, algunas pinceladas industriales y todo ello propuesto por una banda que se dejó la piel en el escenario para acabar redondeando un show de lo más sobrio y competente. No era esta la primera vez que teníamos ocasión de ver a Obsidian Kingdom compartiendo escenario con una banda de talla internacional, y lo cierto es que Rider G Omega y sus muchachos dejaron claro que con esta nueva formación están preparados para volver a intentar el asalto al Viejo Continente.
Se me ocurren pocas formaciones que hayan sabido reinventarse tantas veces como los británicos Paradise Lost sin perder sus señas de identidad. Y eso ha propiciado que entre sus seguidores podamos encontrar gente del metal, del rock, las sonoridades góticas, la new wave, la música electrónica. Así que teniendo en cuenta la trayectoria del quinteto de Halifax, y su condición de ser uno de los creadores del Gothic-metal, la audiencia fue de lo mas variada y heterogénea, aunque lógicamente la familia mayoritaria en la sala fue la metalera. Su montaje y su puesta en escena fue sobria, como son ellos mismos, con lo que únicamente recurrieron a un cuidado juego de luces para acompañar el viaje que nos propusieron a lo largo de su prolífica discografía.
Aparecieron sin grandes aspavientos, de forma calmada, vestidos de riguroso negro, para ir tomando posiciones mientras a través del P.A., sonaba la introducción de uno de sus discos mas exitosos y laureados “Draconian Times” anunciándonos la llegada de un “Enchantment” que sonó algo plano y deslavazado con las guitarras sonando muy por encima del resto de instrumentos. Afortunadamente los niveles no tardarían en ajustarse, así que tras recibir la primera ráfaga de aplausos a modo de bienvenida de su fiel parroquia de incondicionales la sección rítmica nos sumergiría de lleno en una de sus nuevas composiciones “Forsaken”, que estuvo dominada por la densidad rítmica y los dibujos a cargo de las guitarras del tándem Mackintosh/Aedy . Si algo se ha mantenido inamovible a lo largo de las décadas es la sobriedad escénica de los británicos, nunca fueron una banda de moverse mucho en escena, más allá de los cabeceos de Mr. Mackintosh. De modo que ese ambiente tétrico, oscuro y hasta introspectivo se mantuvo durante todo el show, dando un cariz especial a temas como “Blood & Chaos”, que a la postre fue el único recuerdo que se permitieron a su anterior lanzamiento “Medusa”.
Tras dirigirse Nick Holmes por primera vez a sus seguidores era un buen momento para cambiar de tesitura y adentrarnos en derroteros más envolventes de manos del tema que prestaba título a su obra de 2009 “Faith Divides Us - Death Unites Us”, que conseguía arrancar a una audiencia que empezó un tanto fría pero que poco fue entrando en el show del quinteto de Halifax. El primer momento en el que sus fans más veteranos disfrutamos intensamente fue durante la fantástica “Eternal”, que nos invitaba a viajar hacia uno de los trabajos que marcó la personalidad de la banda “Gothic”, y aunque la verdad es que no sonó tan crudo y amenazante como antaño, en especial por unas líneas vocales que poco tuvieron que ver con las originales, si que sonó mucho mas sofisticado e intenso.
Personalmente creo que los temas en los que Paradise Lost dan su mejor versión actualmente es en aquellos que están a medio camino entre el metal y la electrónica, y he de reconocer que aunque en su día fui de los que despotricó al escuchar canciones como “One Second”, actualmente suenan muy bien en su repertorio, equilibradas y dando al público la oportunidad de cantar su abrumador estribillo mientras levanta el puño para rubricar la alianza con sus ídolos. Como buenos veteranos que son los británicos sabían que tenían que aprovechar el momento de euforia del respetable para colarnos otra de las nuevas, que en esta ocasión fue “Serenity”, que lógicamente no fue recibida con el mismo entusiasmo que su antecesora.
Los inicios hipnóticos de “The Enemy” nos flanquearían el paso hacia un tema implacable y poderoso, en el que las guitarras de Greg Mackintosh y Aaron Aedy sonaron tan pétreas e inexpugnables como un muro de hormigón. Hay temas que han quedado como clásicos imprescindibles dentro del doom-gothic que practicaban Paradise Lost, y uno de ellos es sin duda el enorme “As I Die”, y buena prueba del tirón que sigue teniendo el corte fue ver como el personal alzó los puños al aire durante los compases iniciales antes de que Holmes girara su micro hacia el auditorio para que cantáramos algunas de sus partes. Con menos distorsión y proponiéndonos una ambientación mas intimista sonó la novedosa “The Devil Embraced”, con su cadencia más marcada y las guitarras sonando más etéreas junto a los registros limpios de Holmes al inicio que luego acabaría alternando con fraseos más rasgados y agresivos.
La excusa para que el personal volviera a enchufarse al show, con todo el mundo saltando, fue con el regreso a la década de los noventa que nos propusieron durante una celebradísima “The Last Time”, con el frontman nuevamente delegando las tareas vocales sobre una audiencia que cantó reverencialmente no solo el estribillo sino también cada una de sus estrofas. Para encarar la recta final se show el quinteto confió en las tesituras más doomys de “No Hope In Sight”, que nos dejaba con sus etéreas melodías de guitarra flotando en el ambiente mientras Holmes engolaba su registro para sonar más intenso y malévolo. El contrapunto llegaría con los ritmos cuasi bailables de “Say Just Words”, que con una audiencia completamente entregada se acabaría convirtiendo en el momento más destacado de la noche.
Con todo perfectamente medido, como fue durante toda su descarga, la banda regresaba a escena para agasajar a sus seguidores con un bis compuesto de tres temas. El primero en sonar fue “Darker Thoughts”, que arrancaba con partes grabadas y de forma relajada para acabar convirtiéndose en un número tortuoso y camaleónico, con la sección rítmica sosteniendo el tema en algunas partes para dejar que las guitarras se encargaran de darle el toque de gracia junto a unos agónicos teclados grabados. Fue otro de los momentos destacables para sus fans de la vieja guardia, y es que la sala se volcó cuándo empezaron a sonar los acordes del tema que abría el fantástico “Icon” de 1993, “Embers Fire”. Creo que ya lo he dejado caer a lo largo de esta crónica, Paradise Lost nunca fueron una banda al uso, siempre fueron unos tipos especiales, y es que no suele ser muy habitual que una banda como ellos, con su catálogo, acabe sus conciertos con una pieza de nuevo cuño como fue “Ghosts”, dando rienda suelta a su faceta más gótica y siniestra.
Evidentemente los actuales Paradise Lost poco tienen que ver con los de su época dorada, pero aunque los temas ya no suenen con la potencia y agresividad de antaño, lo cierto es que han sabido reinventarse y adaptar su propuesta a las capacidades vocales de Nick Holmes. Para muchos esto puede ser un paso atrás. Sin embargo, un servidor piensa que es la forma de seguir adelante de forma honesta y leal con sus seguidores. Al fin y al cabo quien quiera escuchar a los viejos Paradise Lost siempre tendrá la opción de pincharse sus primeros trabajos.
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