No debe ser tarea fácil innovar e ir proponiendo nuevos matices en cada uno de tus trabajos en una escena tan cuadriculada como en muchas ocasiones es la del metal. Pero precisamente si algo tienen en común Opeth y Voivod es su capacidad para “estirar y deformar” las etiquetas introduciendo en su sonido diferentes elementos, estructuras y sonoridades que hacen que sus trabajos sean únicos y personales. Mikael Åkerfeldt se ha convertido en uno de los gurús de la música progresiva. El tiempo y la persistencia han colocado a Opeth en un lugar privilegiado, consiguiendo atraer a sus descargas un público de lo más variado y heterogéneo. Además, Barcelona siempre ha tenido un vínculo especial con la banda, así que para presentar su última entrega “In Cauda Venenum”, la banda hizo escala en una sala grande de un Razzmatazz que registró una notable entrada. Además para acabar de redondear una velada de lo más original y atractiva contaríamos con la presencia de otra mítica e irrepetible formación como son los canadienses Voivod, quienes aprovecharon la ocasión presentar su último redondo “Synchro Anarchy”.
Dejando a un lado las preferencias y gustos personales lo que está claro es que Voivod son cuanto menos una banda peculiar. Su propuesta y su sonido son especiales, pero también lo es la personalidad y las formas de su frontman Snake. Un personaje alocado e imprevisible que no paró de moverse y animar al respetable. Aparecieron puntuales a su cita, respaldados por una proyección con logo clásico de la banda, y rápidamente empezaron a expandir su particular simiente sonora durante la inicial “Experiment”. He de admitir que me sorprendió negativamente las pocas luces de las que dispuso el combo canadiense y que tuvieran un sonido tan embarullado y poco nítido, especialmente durante los primeros compases de su presentación.
En cualquier caso, la calidad y originalidad de sus composiciones resulta indudable, y cabe remarcar también que sigue siendo un espectáculo ver como el veterano e incombustible Away ataca ese kit que, una vez más, estuvo situado al nivel del suelo. Pese a que el paso del tiempo ha convertido a los de Quebec es una formación de culto, no apta para todos los paladares, lo cierto es que me dio la impresión de que siguen siendo unos “desconocidos”. Por supuesto, no podía ser de otra forma, su nombre le suena a casi todo el mundo, llevan en activo desde principios de la década de los ochenta, pero ver a la gente tan parada y expectante mientras el cuarteto atacaba piezas míticas como “The Unknown Knows” de su “Nothingface” de 1989, solo hizo que reafirmar esa sensación.
Sin embargo, sí que vi a la gente más animada cuando tras dirigirse Snake al personal la banda se adentró de lleno en la novedosa “Synchro Anarchy”, que contó también con los disparatados movimientos robóticos del vocalista. Los riffs se tornarían más secos, gruesos, -casi deudores de la escuela Sabbathica-, con el bajo también martilleando nuestros tímpanos para dar cobertura a las intrincadas y cambiantes estructuras de “Holographic Thinking”, que nos dejaba a una banda cada vez más metida en el show y a un público que se fue animando a medida que se iban sucediendo las canciones.
Tras dirigirse Snake al respetable, esbozando una socarrona sonrisa para después preguntarnos si lo estábamos pasando bien, era un buen momento para proponernos una nueva mirada al pasado para invitar a que el personal se desmadrará siguiendo las melodías de esencia punkarra de la descarada “The Prow”. Nuestro viaje a través de “Synchro Anarchy” proseguiría con los imprevisibles y alocados cambios de “Planet Eaters”, poniendo de manifiesto que si de algo no pecan las composiciones de los canadienses es de ser previsibles o lineales.
Los tambores de Away se dejarían notar con fuerza en el arranque de “Fix My Heart”, para posteriormente dejar que sus enérgicos riffs sirvieran para hacer mover a un personal que acabó acompañando con palmas. El capítulo final para la corta presentación de Voivod estuvo reservado para su adaptación del “Astronomy Domine” de Pink Floyd. Creo que los canadienses consiguieron acabar captando la atención de un público que empezó algo frío que poco a poco fue entrando en la descarga del cuarteto. Sin embargo, no me gustó que se despidieran con una versión.
Las etiquetas son enemigas del arte y, por ende, de la música. En muchas ocasiones cuando se habla de bandas que proponen unas sonoridades que no son directas, inmediatas, y que no entran a la primera escucha parece que estamos hablando de formaciones que no consiguen conectar con la gente. Pero en el caso de Opeth, nada más lejos de realidad. Pocas bandas pueden presumir de haber recorrido un camino similar al suyo en las últimas tres décadas. No suele ser habitual que el público pida silencio durante un show de rock o metal. Pero en su caso, los seguidores de Mr. Åkerfeldt y compañía quieren disfrutar intensamente de cada nota, de cada atmósfera, de cada detalle, e incluso de cada silencio. Y es que precisamente han sido los seguidores del combo sueco uno de los principales artífices de la presente gira, ya que han sido ellos quienes con sus votaciones han elegido un tema de cada disco para completar las más de dos horas que conforman el repertorio de este “Evolution XXX”.
Además, tal y como nos anunció el carismático Mikael Åkerfeldt, a lo largo del show todo lo que íbamos a escuchar estaba ejecutado en directo. Un apunte que aunque pueda parecer extraño cuando uno acude a un concierto, lamentablemente es cada vez es menos habitual. Otro detalle a destacar fue el llamativo montaje que presentaron, con varias pantallas repartidas a lo largo del escenario y un fantástico juego de luces que ayudó a que su descarga se convirtiera en una experiencia audiovisual. Acogidos con el cariño y la admiración que la banda se ha ganado a pulso, la descarga de Opeth arrancaba “Ghost Of Perdition”, dejándonos en sus compases iniciales con las llamas proyectadas sobre las pantallas para acabar desembocando en una decoración más brumosa y de tonos azulados.
Tras firmar un arranque brillante tocaba empezar a repasar esas piezas que se han convertido en imprescindibles en sus descargas. Temas que en muchos casos les han granjeado los elogios de sus incondicionales, pero también las críticas de otros seguidores que se han ido bajando del barco conforme la banda iba creciendo y evolucionando. Y sin duda una de ellas fue “Demon Of The Fall”. Me gustó mucho la combinación de las proyecciones con el juego que de luces que le acompañó, aunque he de reconocer que estando todo tan medido la banda se vio en algunos momentos un tanto encorsetada. Tampoco me gustó que las charlas de Mr Åkerfeldt, -aunque necesarias para explicar la dinámica del show y regalarnos alguna anécdota-, fueran excesivamente largas, con lo que más de uno se desconectó. Así que en esos momentos podían escucharse las charlas de los que estaban más alejados del escenario, ajenos al show, mientras los más fieles demandaban silencio para escuchar los comentarios del carismático frontman.
Fue durante uno de estos speech cuando Mikael Åkerfeldt presentó a su compañero Martín Méndez, que esta noche tocaba en “casa”, ya que el bajista uruguayo desde hace años tiene su residencia fijada en tierras catalanas. Y aunque no se arrancó a hablar mucho en castellano, lo cierto es que recibió una cálida ovación del respetable justo antes de que la banda se adentrara de lleno en otra de las que se han convertidos en imprescindibles “Eternal Rains Will Come”, que con esa colección de proyecciones casi psicodélicas fue la elegida para representar lo que fue su obra de 2014, “Pale Communion”. Muchos son los seguidores de los suecos que añoran su pasado, aquellos primeros lanzamientos más versados hacia el death metal, así que fue recibido con gran algarabía “Under The Weeping Moon”, de aquel primigenio “Orchid”, con una luna llena gigantesca presidiendo el escenario.
Evidentemente tras semejante mirada al pasado la reacción del personal fue aclamar al carismático frontman con ese cántico que se ha convertido en habitual en sus visitas por estos lares: “¡Miguelito, Miguelito…!”. Acto seguido llegaría el momento de la elegante sofisticación y los toques jazzísticos durante el arranquen de “Windowpane”, que con sus evocadoras ambientaciones y el buen gusto por las melodías se acabó convirtiendo en uno de los momentos de la noche. Nuestra travesía por senderos más bien alejados de lo podríamos denominar como “latitudes metaleras” proseguiría con la “Harvest”, con la banda dejando a un lado la distorsión y los registros guturales para embaucarnos con sus luminosas melodías.
El retorno sobre su primera etapa, y consiguientemente sobre las sonoridades más cañeras, llegaría con el guiño a su segundo largo, “Morningrise” de 1996, del que rescataron para la ocasión “Black Rose Immortal”, recuperando las guitarras afiladas, los registros rasgados y la atención de parte del público que se había desconectado durante el tramo previo del show. El cambio de tesituras hacia parámetros más heterogéneos y emocionales, con los teclados de Joakim Svalberg inundándolo todo, llegaría de manos de una fantástica y alargada versión de “Burden”, que nos invitaba a surfear por su catarata de sentimientos y ambientaciones. Una última mirada al material que facturaron durante la década de los noventa nos condujo sobre “The Moor”, que volvía a hacernos cambiar de registro para alegría de sus fans más veteranos.
Con el respetable coreando el nombre del combo sueco y con la banda posicionada de espaldas al auditorio arrancaba la recta final del show confiando en el magnetismo y las versátiles estructuras que vertebraron “The Devil’s Orchard”. Mientras que para poner el punto y seguido a la velada optaron por las atmósferas más etéreas e hipnóticas de “Allting Tar Slut”.
Agasajados por una audiencia que volvió a aclamarles como referentes indiscutibles del género Opeth regresaron sobre las tablas para poner la guinda a la velada, haciendo que el escenario se inundara de tonalidades rojizas mientras atacaban la pieza que prestaba título a su obra de 2016, “Sorceress”. Pero no, la descarga de los suecos aún no había finalizado, ya que Mikael Åkerfeldt y sus secuaces todavía se reservaron una última bala en la recámara para responder a los cánticos de sus incondicionales: ni más ni menos que “Deliverance”.
Si, evidentemente, no todo el mundo se fue a casa con la misma sensación tras la descarga de Opeth. Hubo quienes se acercaron a vivir la experiencia sin ser conocedores de su obra, su filosofía y su trayectoria, y por eso no salieron convencidos. Sin embargo, los que llevan años empapándose de su música abandonaron el local con una sonrisa dibujada en el rostro y con la impresión de haber visto un gran espectáculo audiovisual y con la sensación de que la banda todavía tiene mucho que ofrecer. Sin embargo, en lo que coincidimos casi todos es que si Mikael Åkerfeldt se hubiera moderado un poco en sus largas charlas entre tema y tema el show habría sido bastante más dinámico.
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